Boina de contaminación: la nube «mortal» instalada en la capital desde hace décadas

Mortífera, longeva y perjudicial. Así es la boina de contaminación que tapa el cielo de Madrid. Erradicar las partículas en suspensión es uno de los principales objetivos del Ayuntamiento. Para ello, Carmena ha puesto en marcha su medida estrella: Madrid Central. Con el cierre del centro altráfico privado–todavía en fase de prueba– el Consistorio asegura que se reducirá en un 40% la emisión de dióxido de nitrógeno y hace hincapié en que este contaminante «irrita los pulmones y disminuye la función pulmonar».

Y no le falta razón. Pero este problema no es nuevo. El Consistorio guarda datos desde la década de los sesenta. Medio siglo con el «demonio» sobre las cabezas. Por aquel entonces la contaminación se debía al uso masivo de combustibles fósiles «que se relacionaba con la expansión de la ciudad y con la mejora del nivel de vida». En junio de 1968 se aprobó la primera Ordenanza al respecto. Cuatro años después, se firmó la Ley de Protección del Medio Ambiente, que establecía límites en los niveles de emisión a industrias contaminadoras. Fue en 1977 cuando Madrid se declaró zona de atmósfera contaminada, lo que llevó a ampliar la primera Ordenanza y a crear un departamento de lucha. Se tomaron mediciones de la atmósfera y se instalaron los primeros captadores manuales, unos equipos «básicos» que diagnosticaban, especialmente, concentraciones de dióxido de azufre.

Los niveles no bajaban, por lo que se comenzaron a hacer inspecciones en los focos fijos de contaminación y se llevaron a cabo diversas campañas. Lo que hoy se llama Madrid Central, en su época fue Operación Cibeles y Operación Centro. Se identificaron los vehículos diésel como la fuente principal de la contaminación por partículas. En 1978, los captadores se volvieron automáticos para garantizar «la protección de la salud humana».

Primera alerta

Tan solo un año después, los índices se dispararon durante 12 días (del 26 de noviembre al 8 de diciembre) por causas «marcadamente meteorológicas». La capital entró, por primera vez, en alerta: se restringió el uso de calefacción y el tráfico rodado. Este fantasma provocó la muerte de setecientas personas afectadas ya de enfermedades respiratorias o cardiovasculares, según un informe elaborado por técnicos en medio ambiente.

Con la entrada de España en la Comunidad Europea el marco legal cambió. Fue entonces cuando se empezó a medir el dióxido de nitrógeno, el gas que ahora hace saltar todas las alarmas. Siguiendo sus directrices, se tenía que tener un total control del dióxido de azufre, dióxido de nitrógeno y plomo.

La siguiente modificación de la Ordenanza se realizó en 2003. Limitó la emisión de gases de efecto invernadero y obligó a la instalación de sistemas de captación de energía solar en todas las nuevas construcciones. Un año antes, convertido ya en un problema generalizado en la región, Comunidad y Ayuntamiento firmaron un convenio para que cada vez más se empleasen energías renovables.

En esta época, el valor límite del dióxido de nitrógeno en cada hora no podía ser superior a 200 microgramos por metro cúbico, aunque había un margen de actuación. El dato final entró en vigor en 2010, con Gallardón, y se superó todos los años entre 1999 y 2004, registrando en 2001 la mayor subida. Los principales focos de emisión eran las plantas de combustión, el transporte por carretera y otros modos de transporte y maquinaria móvil. Aglutinaban el 96,3% de las emisiones. Se delimitó el tráfico privado y se establecieron horarios de carga y descarga en función del tamaño medio de los comercios y productos.

Ya se habían inaugurado, en 2004 y 2005, las áreas de prioridad residencial del Barrio de las Letras y de las Cortes. Todavía faltaban dos por crearse (Embajadores y Ópera) y su planteamiento se hizo entre 2006 y 2010 al constituir «una de las políticas más efectivas para la reducción del tráfico privado». Asimismo, se planteó la creación de una zona de bajas emisiones y se barajaron cuatro opciones: dos Madrid Central de la época, interior de la M-30 o barrios del interior de la M-40.

Según el Ayuntamiento, Madrid redujo el monóxido de carbono, dióxido de azufre y las partículas. Pero no cumplió con la directiva europea del dióxido de nitrógeno. Por eso, en el siguinte periodo, hasta el año 2015, entró en vigor el Plan de Calidad del Aire, que actuó sobre la movilidad y el transporte y que puso en marcha el SER «inteligente», la renovación de los autobuses de la EMT que circulaban por la zona de bajas emisiones, el fomento de la bici y las zonas peatonales y «optimización energética de las instalaciones municipales». El tráfico rodado ya era el «principal responsable de las emisiones».

Todo esto no fue suficiente para sanear Madrid y terminar con su fantasma. ¿Y ahora qué? 36 años después de aquel primer episodio Carmena llegó el poder y, dos años más tarde, puso en marcha su Plan A, «porque no hay plan B», capitaneado por Madrid Central, para «fortalecer la ciudad frente a los impactos del cambio climático». Entre otras medidas se centra en reformar las principales vías de acceso al centro, dar prioridad peatonal, ampliar los carriles bici y renovar la flota de la EMT. Solo los datos confirmarán si se consiguen revertir las cifras. La Asociación en Defensa de la Sanidad Pública publicó en diciembre un informe que asegura que la contaminación aceleró en 2015 la defunción de 5.416 personas, lo que equivaldría a 14 muertes diarias.


Articulo publicado en abc.es el 7/2/2019 en https://www.abc.es/espana/madrid/abci-boina-contam...


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